El
liderazgo educativo es un tema que ha cobrado importancia creciente en los
últimos años, tanto en la agenda de investigación educativa a nivel
internacional, como en las políticas públicas. Se encuentra extendida la
creencia entre los actores políticos y el público general de que los líderes
educativos pueden hacer una gran diferencia en la calidad de las escuelas y de
la educación que reciben niños y jóvenes. Es así como en los países que
integran la OECD se ha producido un cambio en el sistema escolar tendiente a
entregar una mayor autonomía a las escuelas en su toma de decisiones, de manera
que puedan adaptarse con mayor facilidad a entornos cambiantes y responder a
las necesidades de la sociedad actual (Pont, Nusche y Moorman, 2008). De este
modo, las responsabilidades que atañen a los directores se han incrementado,
así como también las expectativas acerca de su rol. Estos cambios se enfrentan
con el desafío de mejorar la calidad de los directores, lo que ha obligado a
estos países a considerar el liderazgo como un punto de interés central.
¿Pero
qué es el liderazgo educativo? El liderazgo en términos generales ha sido
conceptualizado de múltiples maneras. Frecuentemente se encuentra presente en
la investigación internacional la idea de que el liderazgo tiene que ver con
"influencia". Así, el liderazgo consistiría en la capacidad de
plantear principios de modo que sean tomados por otros como objetivos propios,
creándose así un sentido compartido que moviliza a la organización en pro de
estos principios comunes. Siguiendo a Leithwood, Day, Sammons y Hopkins (2006),
el liderazgo se caracteriza por fijar un "norte" para la
organización, y tener la capacidad de movilizarla en esa dirección.
Si a este "liderazgo" le agregamos la palabra "educativo",
entonces podemos complementar la definición y tomando las palabras de Robinson
(2009) decir que "el liderazgo educativo es aquel que influye en otros
para hacer cosas que se espera mejorarán los resultados de aprendizaje de los
estudiantes" (Robinson, Hohepa, y Lloyd, 2009, p.70). De esta manera, el
liderazgo educativo logra convocar a la comunidad escolar en un proyecto común
de mejora, que implica que todos los actores hagan suyo el objetivo de que los
alumnos aprendan y logra orientar el alineamiento de los recursos pedagógicos
financieros y humanos en pos de aquel objetivo compartido.
Al
entender el liderazgo en términos de influencia estamos aceptando que, en un
sentido amplio, puede ser ejercido tanto por actores con cargos formales en la
organización, como por personas que no los tienen, pero que logran influir en
algún curso de acción que involucra a otros, en línea con el norte común.
Muchos autores en la actualidad enfatizan la noción de liderazgo distribuido
dando a entender que se trata de una función que debe ser compartida por
diferentes actores de la comunidad escolar, más allá de su posición formal.
Esto significa adicionalmente que el liderazgo es fluido, en el sentido que
quienes son líderes y están en la posición de influir, también pueden en otro
momento ser sujetos de influencia.
Pese
a lo anterior, al revisar la bibliografía existente en nuestro país sobre la
influencia del liderazgo en el aprendizaje, vemos que ésta se ha concentrado en
dar cuenta de las acciones ejercidas por aquellos en quienes recaen las tareas
que se atribuyen al líder, generalmente los directores de la escuela. En otras
palabras, en escuelas con estructuras mayoritariamente jerárquicas, como las
nuestras, esta "función" de liderazgo muchas veces se confunde con la
figura de quienes asumen los cargos directivos. En este sentido, la referencia
al "liderazgo directivo" será común a lo largo de este artículo.
Por
último, creemos que es importante distinguir teóricamente que liderar es
diferente de gestionar. Gestionar tiene que ver con mantener ciertas
operaciones y rutinas al interior de la organización, mientras que liderar va
más allá e implica reconsiderar las opciones presentes y plantearse la
posibilidad de introducir cambios que promuevan la mejora (Robinson, Hohepa, y
Lloyd, 2009).
La
investigación internacional es convergente al señalar que el liderazgo
directivo tiene el potencial de impactar sobre los resultados de aprendizaje de
los estudiantes. En la extensa revisión de estudios que realizan Leithwood et al (2006), incorporando
investigaciones que analizan cuantitativamente el impacto del liderazgo sobre
los resultados académicos, identifican que esta variable explicaría entre un 5%
y 7% de la varianza entre escuelas, esto es aproximadamente un cuarto de la
diferencia explicada por variables escolares (una vez que se ha controlado por
el contexto socioeconómico de los estudiantes). Esto implica que el liderazgo
sería la segunda variable al interior de la escuela con mayor capacidad de
movilizar los resultados, luego de la labor que realizan los profesores al
interior de las salas de clases sólo la enseñanza en clase influye más sobre el
aprendizaje que el liderazgo educativo (Leithwood, Harris, y Hopkins, 2008).
La
importancia del liderazgo sería aún mayor en contextos de alta vulnerabilidad.
De acuerdo con Bolivar (2009), los efectos del liderazgo son más evidentes allí
donde son más necesarios. En tanto, Weinstein (2009) señala que un mal
liderazgo podría producir el efecto contrario, llevando a que las escuelas
retrocedan en calidad y consecuentemente disminuyan los resultados académicos
de los alumnos.
De
acuerdo con Leithwood, Harris, y Hopkins (2008), en el ejercicio de su rol, los
líderes exitosos ejecutan el mismo repertorio de prácticas básicas, que si bien
tiende a ser común, es sensible a los contextos. Estas prácticas de liderazgo,
sin embargo, no se asociarían de manera "directa" con los
aprendizajes de los estudiantes, sino más bien "indirecta" ya que
estarían intermediadas por el efecto que producen en el trabajo de los
profesores. En otras palabras, las prácticas de liderazgo afectan de manera
directa en la motivación, habilidades y condiciones de trabajo (a nivel de
escuela y de aula) de los profesores, lo que se traduce en un mejor o peor
desempeño docente, el cual a su vez afecta la calidad del aprendizaje de los
estudiantes. Siguiendo a Leithwood et
al. (2006), estas prácticas básicas y comunes de un liderazgo
eficaz se agrupan en cuatro grandes dimensiones:
1.
Establecer dirección: Proporcionar un propósito de carácter moral, que sirva de
motivación para el trabajo del staff
y los incentive a perseguir sus propias metas.
2.
Rediseñar la organización: Establecer condiciones de trabajo que le permitan al
personal el mayor desarrollo de sus motivaciones y capacidades.
3.
Desarrollar personas: Construir el conocimiento y las habilidades que requiere
el personal para realizar las metas de la organización, así como también, el
compromiso y resiliencia, que son las disposiciones que éste necesita para
continuar realizándolas.
4.
Gestionar la instrucción: Gestión de prácticas asociadas a la sala de clases y
supervisión de lo que ocurre en la sala de clases.
Finalmente,
como se señaló, estas prácticas de liderazgo no son indiferentes a los
contextos. Si bien la literatura indica que existe un cuerpo de prácticas que
caracteriza a casi todos los líderes efectivos, también reconoce que
dependiendo de los contextos, existe variación en el tiempo y la atención que
se le dedica a cada una (Day, Sammons, Hopkins, Harris, Leithwood y Gu, 2009).
En este sentido, elementos tales como la priorización, combinación o
secuenciamiento que adquieren, cambian según el tipo de enseñanza que imparta
la escuela, el nivel socioeconómico de los alumnos, o de la etapa que se
encuentre en su proceso de mejora.
Investigación sobre liderazgo en Chile
Investigación sobre liderazgo en Chile
Bibliografía:
Leithwood, K., Harris, A., y Hopkins, D. (2008). Seven
strong claims about successful school leadership. School
Leadership and Management, 28(1), 27-42.
López,
P. (2008). Modelo de liderazgo para una dirección efectiva. En O. Maureira
(Ed.), Perspectivas de
gestión para la innovación y el cambio educativo. Santiago:
Ediciones UCSH.
Bolivar,
A. (2009). Una dirección para el aprendizaje. Revista Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y Cambio
en Educación (REICE), 7(1), 1-4.
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